martes, 14 de abril de 2009

Arguementos en contra del aborto


Ya hemos dado los argumentos a favor del aborto, ahora daremos los arguemntos en contra

1). Todas las pruebas biológicas confirman el hecho de que el feto humano es sencillamente humano. El huevo fecundado tiene el patrón de los cromosomas humanos, que contiene todos los factores hereditarios, y no puede desarrollarse como algo que no sea un ser humano. Además, los biólogos atestiguan unánimemente que la vida fetal es distinta de la vida de la madre, pese a que los dos estén unidos durante el período de gestación. Así, pues, toda analogía con la extirpación quirúrgica de tumores o con la muerte de animales es inaplicable al caso del aborto.

2). Aristóteles creía que el embrión no se hace humano después de la concepción, y tal vez sea por esto que no viera mal alguno en el aborto temprano. Santo Tomas aceptó la opinión de Aristóteles como una teoría física probable, pero no sacaba de ella conclusión
ética alguna. No sabemos ni sabremos probablemente nunca el momento exacto en que el alma humana entra en el cuerpo para convertirlo en un ser humano, y es por esto que, para todos los fines prácticos, debemos considerarlo como humano desde el momento de la concepción. No debemos servirnos aquí del probabilismo, porque no hay duda alguna acerca de una ley o una obligación, sino solamente acerca de una cuestión de hecho. De igual modo que no enterremos a un individuo si sólo está probablemente muerto, así tampoco podemos matar un feto si sólo es probablemente no humano. En semejantes cuestiones debe seguirse el curso moralmente más seguro que es el tratar al embrión como un ser humano vivo.

3). Si pudiéramos demostrar que el feto, aunque humano en algún sentido, no es todavía una persona, no tendría derecho alguno de vivir y podría ser matado como un animal. Pero ¿qué criterio habremos de adoptar con relación a la personalidad? Si adoptamos para ello el empleo real de la inteligencia y la libertad, podríamos matar a los niños durante algunos años después del nacimiento. El que el niño esté dentro o fuera de la madre no es más que una diferencia física y local que difícilmente puede constituir la esencia de la personalidad. La única forma de tratar esta cuestión consiste en considerar el embrión o feto humano como una persona humana con todos los derechos, incluido el de la vida, que acompañan la personalidad. En esta manera de ver, el niño no es una persona en potencia, sino una persona actual, aunque el pleno uso de su personalidad deba esperar a que alcance gradualmente su plena madurez.

4). Todos los seres humanos son iguales en cuanto a su derecho a la vida, y la edad no confiere prioridad alguna. Si sólo se trata de permitir indirectamente la muerte de uno u otro, debería escogerse a aquel que tiene la mejor probabilidad de sobrevivir. Pero una colisión de derechos no puede decidirse, con todo, dando muerte a una persona inocente, que no ha hecho más que perder su derecho a la vida. En tal caso, el derecho de cada uno, cede al deber de cada uno, y ni uno ni otro han de matarse. La madre no puede matar a ninguno de sus hijos nacidos para descargarse de sus diversas responsabilidades; ¿por qué, pues, debería poder hacerlo con el nonato?

5). Parece absurdo considerar a un niño nonato como un agresor contra sus padres, quienes por su propio acto voluntario causaron su presencia en a matriz materna. La agresión no consiste en estar simplemente presente, sino en hacer algo. Debe haber para ello un verdadero ataque. Si el embarazo no se desarrolla normalmente, esto es uno de aquellos accidentes que no son culpa de nadie, y con seguridad no más del niño que de los padres. El punto de vista de la salud mental es distinto. Aquí, en efecto, la madre es la que necesita tratamiento, y el matar al niño no constituye una solución moral, como no la constituiría matar a los perseguidores imaginarios como remedio para la paranoia.

6). Ningún moralista desea que los médicos sean remisos en su deber profesional de salvar vidas humanas. Han de servirse de todos los medios legítimos, pero no deben recurrir a medios que son moralmente malos. Los médicos no tienen más derecho que otra persona cualquiera para dar la muerte a seres inocentes. El hecho de que el niño nonato no pueda defenderse a sí mismo no significa que su derecho pude ser violado a voluntad de cualquiera. La protección del derecho del niño a la vida no es legalismo, sino el empleo correcto de la ley. El que la necesidad no reconozca ley podrá constituir un proverbio popular, pero no posee fuerza alguna como guía moral, ya que siempre cabría inventar alguna forma de necesidad para justificar lo que fuera.

7). todo el mundo reconoce la importancia del cariño en la vida del niño, pero ¿diremos acaso que, si el niño no es querido, lo que habrá que hacer es matarlo? Pongamos más bien la culpa del hecho de que el niño no sea deseado sobre aquellos a quienes corresponde, esto es, a aquellos que lo concibieron. En efecto, al hacer lo que hicieron, se expusieron al riesgo de la concepción y son responsables del resultado. Tanto si pueden aprender como no a experimentar cariño emocional hacia el niño, tiene la obligación de cuidar de él y de mostrarle todo el cariño que puedan. Incluso un niño no querido preferiría vivir a ser matado. ¿Quién tiene el derecho de adoptar aquí la decisión por él antes de que nazca?

8.) La palabra indiscreción constituye un eufemismo para disimular una falta moral cometida, voluntaria por ambas partes, excepto en el caso de violación. El que las mujeres sean responsables de lo que hacen no constituye en modo alguno una invención masculina, como no lo constituye una estructura biológica que hace que sea la mujer quien dé a luz al niño. El que un hombre pueda ser lo bastante cobarde para abandonar a la mujer de la que ha abusado, esto constituye el crimen moral del hombre. El aborto es la forma más difícil que tiene la mujer para buscar igualdad en la iniquidad. Un segundo mal no es el medio de corregir el primero.

9). Todos nosotros estamos percatados del problema de la población y sabemos que debe hacerse algo al respecto. Pero, cualquiera que sea la solución a la que lleguemos, si se llega a alguna, habrá de concordar con la moralidad. El aborto generalizado no constituye la respuesta. El aborto obligatorio constituye una violación tan flagrante de los derechos humanos, que cualquier pueblo tendría el derecho de oponérsele con la violencia. Necesitamos una ética global, pero si ésta consiste en la inmoralidad global, entonces no queda ética alguna.

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